Cambio de hábitos: obstáculos

En muchas ocasiones, en consulta me encuentro con gente que entra por la puerta para hacer un cambio de hábitos y cuando les pregunto qué les llevó a tomar esa decisión la respuesta es: “ya me cansé de oír que tengo que bajar”, “lo quiero intentar aunque en mi casa ya nadie cree en mí”, “no dejan de decirme que tengo que hacerlo por mi salud”….

Hoy quiero hablarte de esas frases que decimos por costumbre, hábito, inercia… que de entrada no tienen ninguna mala intención, pero que para la persona que las recibe pueden ser muy destructivas. 

Empecemos por el principio: modificar cualquier hábito o rutina de tu vida diaria es una decisión importante que en gran cantidad de ocasiones lleva detrás mucho tiempo de ser conscientes de esa necesidad, darle muchas vueltas y decidir que realmente quieres hacerlo, pero te falta la motivación y el valor para salir de tu zona de confort y afrontar todos esos miedos o barreras que te frenan, el miedo a lo desconocido, al qué pasará, seré capaz…

Cuando una persona decide dar el salto, salir de su zona de confort y mejorar su alimentación puede ser porque ha tomado esa determinación teniendo claro para qué lo quiere hacer y qué beneficios le va a aportar o simplemente porque se ha cansado de escuchar: “tienes que adelgazar”, “tienes que comer menos”, “tienes que buscar ayuda”, “no puedes seguir así”, es posible que pienses que estas frases le ayuden a tomar la decisión y darle fuerza, todo lo contrario, la realidad es muy distinta. Probablemente se sienta obligada a hacerlo y tome la decisión no por estar convencida sino porque los demás se lo dicen y es lo que se espera de ella. Cuando un cambio de hábitos empieza por este motivo el resultado es muy difícil que sea positivo ya que lo está haciendo por satisfacer a otras personas en lugar de a sí misma y lo peor de todo es que el resultado será pérdida de autoestima y pensamientos como “otro fracaso más”, “no valgo para nada”, “no tengo fuerza de voluntad”, “no puedo”… ¡les he fallado una vez más!.

Por el contrario, cuando su entorno realmente la apoya todo el proceso va a resultar mucho más sencillo, porque se siente arropada, querida y con esa fuerza extra que le dan las personas que la quieren. Esto no tiene que suponer que todos tengan que modificar sus hábitos, sino que le ayuden dentro de lo posible, por ejemplo, no comer dulce delante de ella, no estar ofreciendo alternativas poco saludables y no dejarlas a la vista… son detalles que a lo mejor parecen una tontería y no pensamos pero que resultan de gran ayuda.

Otra barrera también muy frecuente es la vida social. Parece “Ley de Murphy” en cuanto arranca la mejora de la alimentación surgen eventos de debajo de las piedras. Las salidas con los amigos, comidas en casa de los padres/suegros, cumpleaños… son algunos ejemplos de situaciones que pueden llegar a ser muy difíciles de gestionar e incómodas. Frases como “por un día…”, “no me vas a hacer el feo de no probar” “¿Estás segura que no quieres un poco más?”, “Un trocito, ¿qué daño te va hacer?” “tienes que probarlo, ¡está espectacular!”…. En la inmensa mayoría de las ocasiones no lleva ninguna maldad, simplemente, es algo que hacemos sin pararnos a pensar en el esfuerzo que le está suponiendo a la otra persona rechazar esa tentación. Vivimos en una sociedad donde decir que no está mal visto, por ejemplo, cuando un compañero/a está de cumpleaños y trae bombones se ve como un desprecio, sin pararnos a pensar que quizás lo está rechazando porque sinceramente no le apetece, por algún problema de salud (que no le quiere contar) o porque dentro de su cambio de alimentación ha decidido que prefiere no comerlos para no volver a caer otra vez en ese hábito. Esa insistencia a la que estamos acostumbrados puede derivar en sentimientos de culpabilidad por no haber podido resistir a la tentación y pudiendo dar lugar al abandono. Todo ello va a llevar a frustrarse, sentir que ha fracasado, que no puede y que no tiene la fuerza de voluntad suficiente mermando cada vez más su autoestima. 

Para finalizar, piensa en esas ocasiones en las que las sueles usar o incluso las recibes ¿cómo te has sentido? No pretendo hacerte sentir mal ni mucho menos, pero te invito y animo a que, a partir de ahora, antes de decir una frase de las que acabo de comentar recapacites, te pongas en el lugar de la otra persona y pienses cómo te sentaría a ti. Esta sencilla acción puede ser el mayor apoyo que le des a esa persona para ayudarla a avanzar en su objetivo haciéndola sentir fuerte y capaz de conseguir todo lo que se proponga. 

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